Good Riddance

“… como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma..”

La noche de domingo es agradable. Paseamos por el centro de la ciudad buscando un taxi. Es mediados de mayo y acabamos de ver Annie Hall. Me ha llamado por la tarde y le he invitado a ver una película en mi casa. Como no he encontrado subtítulos no se entera de muchos de los chistes; la miro cada vez y sonrío intentando explicarle. Después la noche es agradable fuera y la acompaño a tomar un taxi. Mientras paseamos me dice que a veces se siente sola, que hoy se sentía triste porque a veces piensa que todos estamos solos.

Las cucarachas corren por los adoquines del parque interior en la avenida de la Albufera. La noche es también agradable, algo más calurosa. El vino, la coca-cola y el hielo derritiéndose descansan sobre el banco de granito mientras esperamos.

Había un café los martes y los jueves en un Mcdonalds del barrio de Zhabei, justo al cruzar uno de los canales al norte del Huangbu. La lluvia saliendo del Stagieres una noche de diciembre. Estaban los cigarrillos en los descansos y la película en español, con subtítulos en chino, que vimos en la biblioteca Cervantes. Su trabajo en el Corte Inglés, su hora y media en autobús todas las mañanas y las fotos en el móvil. La terraza donde la barbacoa y la cerveza con limón, la discoteca oscura con la gente vestida de los Village People.

A mi izquierda hay un Cristo crucificado en la pared con una máscara antigas, dejamos la bebida sobre el banco de la parroquia mientras el cantante del grupo punk que está tocando se deja la garganta reivindicando algo que no entendemos. Fuera, los jóvenes hacen botellón y entran a veces en el concierto, la fachada de la parroquia está cubierta de pintadas de colores. Es la parroquia donde los curas dan misa en ropa de calle y se comulga con rosquillas. San Carlos Borromeo, en Entrevías.

Conversamos sentados en el sofá antes de irme a una feria de vendedores de aceite de oliva. Es domingo, finales de mayo. Sin darnos mucha cuenta hemos decidido no volver a vernos nunca. Resulta casi gracioso que seamos tan cáusticos. Apenas decimos palabra cuando bajamos en el ascensor, cuando atravesamos el patio y cada uno toma su camino; ella ladea la cabeza y me dice un rutinario “bye”. Me quedo un momento parado como esperando a que se vaya a dar la vuelta. Pero no lo hace.

El adaptador me lo regalaron en un seminario sobre el mercado del vino en China, donde todos sabían mucho y conocí a José Peñín, que intentaba después arrebatar encogido el micrófono a su intérprete. Creo que vale para casi todos los enchufes del mundo y se puede cargar el móvil o el Mp3 con él. Regresamos hacia la Albufera por las calles vacías de Vallecas. Apenas he dormido en los últimos días. La noche de Madrid tiene siempre la luz naranja y las aceras sucias.

Dentro de cinco meses podría haber decidido volver para vivir en China; regresar para que viviéramos en España. Alquileres, renuncias, el Bund en primavera, el Retiro, la bicicleta al ir al trabajo, el trabajo, las palabras de enhorabuena o de consuelo, las visitas a kilómetros de distancia en otro país, otra provincia, las mismas caras algo más viejas y la inquieta sensación de que nada hubiera cambiado.

El búho atraviesa el paseo de la Castellana, después callejea un rato hasta llegar al Barrio del Pilar. He olvidado el mp3 y me entretengo jugando con el adaptador mientras los borrachos se balancean al ir hacia la puerta en cada parada.

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